Hoy, en nuestra sociedad, es una queja constante que los estrépitos y chirridos no dejan entrever en el horizonte ni un espacio de calma. La gente suele reclamar sus derechos de armonía y paz, intenta volver a un pasado más tranquilo, en el que no existían tantas prisas, tantas preocupaciones, tantas angustias. Hoy vivimos -¿vivimos?- en una sociedad llena de ruidos que en muchos momentos no posibilitan algo tan necesario, bueno y gratificante como es el saber escuchar. ´Saber escuchar´ no es lo mismo que escuchar. Es un arte que no lo alcanza cualquiera ni se logra sin esfuerzo. Saber escuchar es escuchar empapados de silencio y de sosiego interno. Oír y escuchar son dos actitudes totalmente distintas. Oír no es prestar atención profunda e internamente a la comunicación, sino simplemente captar una sucesión de sonidos, de meras palabras. Saber escuchar es estar disponible en el momento de la audición, estar dispuesto a que la persona comunicante se sienta acogida y respetada. En este sentido, escuchar a una persona amiga puede constituir largos intervalos durante toda una vida; es un proceso dilatado que requiere mucho tiempo y mucha paciencia; necesita una actitud receptiva en la constante ayuda. Saber escuchar es saborear las cosas, es ´bien escuchar´. Y también sucede que, si no nos sabemos escuchar a nosotros mismos, difícilmente sabremos escuchar a los demás. El silencio no conduce a una negación de todos los ruidos de nuestra sociedad, no comporta que todos se tornen bellos o melódicos a la vez, o simplemente dejen de ser ruidos. Encontrar silencio no significa escaparse del mundo. Guardar silencio es mucho más que detener el tráfico callejero o hacer callar esas músicas, a veces tan irritantes, que salen por ventanas y radios. Guardar silencio es saber escuchar, es saber mirar a los demás. Así, el silencio nace de uno mismo en la paz y en la fiesta. Hemos de reconocer que, en efecto, existen otros ruidos más fastidiosos que los de la calle: son los bullicios interiores, el tumulto de nuestras ambiciones, de los celos, de los egoísmos, de la soberbia. El peor ruido, el más tremendo, es no alegrarse de vivir, es asquearse de estar aquí con los demás. Es preciso, para bien escuchar, una plena aceptación de las otras personas; una aceptación de que existan, de que sean así tal y como son y, a la vez, aceptar con gratitud nuestra existencia; saber que existimos, que somos algo que antes no era, y que incluso podía no haber sido. Esta es la verdadera fuente del saber escuchar. |
Deberías citar a la autora del texto. Esto se llama plagio. La buena educación no abunda demasiado